En una noche de apuestas desenfrenadas, Toño ya había perdido la casa, el carro y hasta la dignidad, lo último que le quedaba por apostar era su ardiente esposa Lele Mantilla. Confiado, apostó… y perdió de nuevo. Lele, lejos de enojarse, se levantó con una sonrisa y tomó del brazo al ganador. “Ni modo, mi amor, una apuesta es una apuesta”, dijo mientras se alejaba feliz. Ella fue follada salvajemente toda la noche por el ganador de la apuesta.
Lele Mantilla se quedó en casa mientras su marido fue al pueblo a hacer unos mandados, confiado en que nada pasaría. Pero su jardinero, quien no perdona nada, vio la oportunidad y comenzó a seducirla. Lele no se hizo mucho del rogar y se dejó llevar como chancla en arroyo.